25 enero 2013

Perfección vs libertad


No soy una madre perfecta. No, no lo soy. Aunque muchos a mi alrededor crean que oficio de eso, no lo soy, ni pretendo serlo. Tengo que reconocer que querer ser la madre ideal, esa que solo existe en los libros y las mentes de las personas, que tiene la respuesta a todo, que siempre esta llena de paciencia y de amor, que no reniega nada de la maternidad, a la que todo le fluye de manera natural, que hace siempre lo "correcto", era bastante atractivo para mi. Tanto, que hasta lo intente por un tiempo. Si, reconozco que lo intenté mucho.Trate de ponerme el disfraz de ese espécimen y me di cuenta que no me venía, que me apretaba demasiado, que me incomodaba, que era imposible de vestir, de llevar. Y por un momento me sentí triste, incapaz, decepcionada de mi. Culpable por no llenar adecuadamente el traje que yo misma me había auto-impuesto. Me sentí desorientada, perdida, sin una ruta que seguir. 

Pero afortunadamente, toda esta tormenta de sentimientos me atacó solo por un momento. Fue suficiente solo "un momento". Y rápidamente, encontré otra mirada, una nueva perspectiva. Que no me vino de nadie, ni de nada que leí. Salió naturalmente de mi, de manera sigilosa pero contundente. Y pude comprender que la maternidad no tiene moldes, ni trajes y que se trata mucho más de ser uno mismo, de reconciliarse con sus lugares oscuros y olvidados, para que la luz que existe en nuestro interior salga, resplandeciendo sobre nuestra vida, dejándonos ser, simplemente, la madre que somos naturalmente, esa que llevamos tatuada en cada célula, la mejor madre que podemos ser. 

Y cuando descubrí eso, la maternidad cambió para mi. Dejo de ser restricción para ser libertad. Yo definiría mi maternidad con la palabra libertad. Libertad para ser quien soy, para sentir lo que siento sin importar lo que sea, para exponerlo sin miedo, para saber de que soy capaz, para entender que no necesito parecerme a nadie, que soy única y al mismo tiempo maravillosa en mi especificidad. Para integrar que me voy a equivocar y mucho, muchas veces, y que al final no importa si soy humilde y aprendo, y me disculpo con mi hija, con quien sea necesario, con la vida. Por que mi pequeña no necesita una madre ideal sino una mujer real, que la acompañé a crecer, a vivir, que la deje ser, que le enseñé con actos y no con palabras que el amor incondicional existe, al igual que el cansancio y el hastío y el error,  pero que puede confiar, que vale la pena confiar, para aprender, para vivir y seguir adelante. 

Con esto no quiero decir que todo sea color de rosa. No, no lo es. Pero así lo acepto y lo disfruto por que entendí que no tiene que serlo. Que la perfección es una fábula chimba que nos vendieron de pequeños y que compramos muy fácilmente. Y que la vida es la vida, y no un cuento de hadas. Por que trato de perdonarme, de crecer, de sentir, y de actuar de acuerdo con lo siento dentro. Y que me gusta mucho lo que pasa cuando logro hacerlo.

Por eso, hoy quiero gritar que no soy perfecta, y que no quiero serlo. Por que gracias a la "imperfección" de mi maternidad estoy cada día más cerca de ser verdadera, real y libre.  

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21 enero 2013

Regreso al jardín


Esta semana mi hija regresa al jardín y todos en casa tenemos un sentimiento diferente. 

Ella está ansiosa, lo siento. Me lo ha manifestado varias veces, a su manera, algunas veces entre sueños y otras preguntando por sus compañeritos, insistiendo en que si mañana la puedo llevar al "cole-cole", contándole a la abuela que mañana volverá.  

Mi esposo, por su parte, parece aliviado: la pasó muy bien estos días solo con ella, pero necesita urgente volver a su rutina de siempre. 

Yo, tengo un sentimiento extraño. No es que no quiera que vuelva, no me mal entiendan. Me encanta el jardín en el que está y a ella también; y en definitiva, si ella es feliz en el allá, yo también lo soy. De hecho, verla con tantas ganas de volver es una confirmación de que lo disfruta y que ese es un espacio necesario en su rutina. 

Sin embargo, este regreso al colegio, tiene un sabor algo amargo, de perdida, parecido al sin sabor que sentí cuando volví al trabajo. A partir de ahora Sara almorzará en el colegio. Eso implica que se quedará allá desde la mañana hasta las 4 de la tarde; lo que quiere decir que ya no la voy a ver una hora larga, todos los días al medio día. Para algunos parecerá una tontería. Otros, pensaran que estamos muy apegadas, que ella la pasa feliz con sus amigos, que allá tiene con quien jugar, en lugar de pasar la tarde viendo tv en la casa, que así es la rutina de la mayoría de los niños de su edad. Pero para mí, este es un cambio muy grande. Ver a mi pequeña solo un rato en la mañana y en la noche, durante la mayor parte de la semana, se me hace muy poco. No dudo que pasará feliz pero sé también que yo le haré falta, que ella me hará demasiada falta a mí, y que extrañaremos ese espacio, vernos, tocarnos, conversar un poco, arruncharnos un rato, hacer una pequeña siesta juntas. Por eso este 1er regreso al colegio es para mi, bastante agridulce, tal vez porque desde que trabajo 8 horas al día, cada momento con ella tiene un significado muy importante, y este espacio a la mitad del día es nuestra manera de mantenernos conectadas, de sintonizarnos, de recargarnos la una de la otra, para poder sobrevivir al resto del día,  sin un sentimiento de lejanía, de distancia y abandono. 

Ahora, con esta nueva situación siento como algunos de mis antiguos miedos despiertan: miedo a que me necesite y no estar, miedo a que nuestro vínculo se debilite demasiado, miedo a lo que significa esta ausencia para ella, miedo a soltar y a dejar que todo pase. Lo cierto es que me cuesta aceptar que nuestro tiempo juntas sea tan poco, no me resigno a tan poco. Por eso, para mi esta nueva etapa de jardín tiene un inmenso sentimiento de perdida, de cambios, de incertidumbre.

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18 enero 2013

¿Cómo será?

Recién me convertí en mamá, quedarme sola con Sara mucho tiempo era algo que me angustiaba bastante. Una hora, tres horas, no tenía problema. Pero pasar mañanas enteras o días completos (con sus noches incluidas) sola con ella, me generaba una angustia que no podía comprender y que vuelve a mi de inmediato cuando recuerdo los dos o tres viajes de mi esposo fines de semanas enteros; o una que otra eterna tarde de domingo que salió a resolver algún asunto sin nosotras; o los días que llegaba tarde, tipo 10 u 11 de la noche, y yo había estado con la pequeña desde las 5 de la tarde, sin nadie más en casa. 

Y hoy, acordándome, no se porque, de esos momentos, me dí cuenta que ya no me pasa. No se desde cuando (siento que hace mucho), pero ya no me parece insoportable quedarme sola con ella un largo periodo de tiempo. De hecho lo disfruto, lo disfrutamos muchísimo. No quiero decir que no sea más cansado pero, la verdad, estos momentos mamá e hija en exclusiva, se han convertido en una hermosa oportunidad para ser nosotras a nuestra anchas, sin nadie que regule e intervenga. Es una especie de libertad deliciosa de hacer lo que nos venga en gana y pasarla bien pegaditas, o en el parque, o de compras, o bailando como locas en la sala, o armando rompecabezas, o, simplemente, estando. 

Seguro semejante cambio tiene que ver con el hecho de que ya es una niña grande con la que puedo comunicarme mucho mejor. También con mis sombras exorcizadas y aceptadas, y con el camino recorrido. Por eso, me asalta la duda si cuando llegue mi 2do hijo (que sé que llegará) me volveré a sentir igual de desamparada e incómoda, sola con un bebé en brazos. ¿Cómo será?, ¿volverán los fantasmas?, ¿resurgirán de las cenizas?, o simplemente, ¿será experiencia superada?.

No lo sé. Y creo que no lo sabré con certeza hasta que suceda. Es imposible prever si mi próximo puerperio se verá avocado a los mismos rincones oscuros. Tal vez no. Tal vez surjan otros, quien sabe. O quizá los miedos regresen intactos para cumplir con su tarea y verse de nuevo superados. Imposible saberlo. Por ahora, me alegra que actualmente el tema sea prueba superada y que mi tiempo sola con Sara sea haya convertido en un espacio de placer y disfrute mutuo. Pero no puedo negar que me inquieta un poco pensar que podría vivir de nuevo la misma experiencia.


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15 enero 2013

La niña que habla

Sara, eres una niña que habla, que habla mucho, cada día más claro y alto. Hasta hace un mes solo decías algunas palabras, repetías sonidos y pronunciabas discursos que solo tu entendías. Ahora, nos hablas a mí y a tu padre, nos pides cosas, opinas y reclamas como siempre, pero además con palabras. Te escucho a diario, y no puedo más que sentirme maravillada por tus razonamientos, por tus expresiones, por como ésta habilidad lingüística se apodera de ti a la velocidad del rayo, haciéndote más grande, volviéndote un ser con pensamiento y opiniones propias.

No se si te has dado cuenta pero tu nueva y eficaz herramienta de comunicación ha llegado acompañada de muchos otros regalos. Uno de ellos es tu habilidad para cantar. Por que ahora no tarareas, ahora cantas, cantas mucho. No solo las canciones infantiles que escuchas hace rato y que te sabes de memoria, sino también tus propias canciones, las que se te ocurren, las que te nacen en honor a tus muñecos, a la teta, a tu jardín, a las palomas y al pájaro carpintero. Y yo muero de asombro mientras te escucho, mientras observo tu capacidad para mezclar melodías, para entonar, para llevar el ritmo, para corregirme la letra cuando la memoria me falla, o cuando simplemente quieres que cante contigo tu versión editada.


Pero tal vez el regalo más hermoso que ha llegado con las frases hiladas y bien armadas, es la posibilidad de conversar. De preguntarte cosas simples (o complicadas) y tener una respuesta. De disfrutar de tus salidas y de las expresiones de tu cara. De ver como cuentas tu día como si fuera una historia de alguno de los cuentos que te gusta que te lea. Disfrutando que podamos intercambiar ideas, que me expreses con una sonrisa espléndida que te gustó el almuerzo, o que fuiste al parque y te caíste, o que querías chocolate pero se acabó. Amo cuando vienes a mi con cara de acontecimiento y te quejas, porque querías subirte en un mueble y tu papá no te dejo, o porque no encuentras a Samby o porque cualquier otra cosa más. Amo como a través de la oralidad podemos compartir en otro nivel, conectarnos más, entendernos mejor, conocernos a profundidad. Adoro esta nueva etapa. Adoro que seas una niña que, por fin, habla.

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08 enero 2013

Niñera Papá


Así comenzamos el año: mamá en el trabajo, Sara de vacaciones y Papá oficiando de niñero. Y aunque el primer día fue "terrible" - en palabras literales de mi esposo exasperado-, la realidad es que para todos el balance no puede ser mejor. Ésta ha sido una oportunidad de oro para que papá e hija compartan y se relacionen en un nivel distinto, en el que nunca antes lo habían hecho, fortaleciendo su vínculo, definiendo su manera de entenderse y comunicarse, ellos solos, sin mi presencia.

Tengo que reconocer que cuando a final de año fue inminente que no tendríamos niñera ni jardín durante más de 15 días, mi impulso primero fue pedir vacaciones para poder hacerme cargo de Sara, a pesar de que mi esposo tendría libre todos esos días. Sin embargo, él insistió. No tenía ningún problema en quedarse con ella, con todo lo que eso implica: bañarla, cambiarla, darle de comer, jugarle, llevarla al parque, cepillarle los dientes, jugarle, jugarle, jugarle,.. en resumen "lidiarla" sin pausa y sin tregua. 

Este puede parecer una labor simple, pero no solo es física y emocionalmente muy exigente, sino que además requiere de una disposición y energías infinitas. Con mi esposo las energías están aseguradas. Sin embargo, la realidad es que él nunca se había hecho cargo 100% de la pequeña. Se había quedado con ella una mañana o una tarde, un sábado o un domingo. O la llevaba una hora al parque cualquier día de la semana. El resto del tiempo que estaba con ella siempre estaba yo o la niñera. Allí precisamente radicaba mi reserva. 

Sin embargo, decidí confiar en que ellos lo resolverían. Y así ha sido. Al principio tuvieron sus diferencias y desencantos. Hubo llanto de ella, quejas de él, pero duro poco y pudieron encontrar, sin mayor trauma, la manera de sentirse a gusto juntos, de comunicarse y ponerse de acuerdo, de entenderse. Sara sigue siendo un chicle cuando estoy presente, pero su relación con papá es distinta, sin jerarquías, desde una perspectiva más real, más de tú a tú. 

Estos días de papá e hija, han sido un hermoso regalo para los tres. Para ellos un increíble re-descubrimiento, lleno de recuerdos y momentos que permanecerán en sus corazones para toda la vida. Para mi, una inmensa lección de entendimiento y de confianza; de saber integrar que mi niña es cada vez más niña, que su árbol de relaciones crece y se amplia a una velocidad increíble, y que eso no significa que ya no me necesite, sino que sus necesidades ahora tienen diversos colores y formas.

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