26 febrero 2013

Camino al jardín

Llevar a mi hija al jardín esta dentro de mis momentos preferidos del día. Algunas veces vamos en carro, y aprovechamos los 5 minutos que demora el trayecto para hablar del sol que hace en la mañana, de que me ama y la amo mucho, de la canción que suena en la radio. A veces, simplemente miramos por la ventana, y nos dedicamos a cantar.

Otros días -como hoy- vamos caminando, y el recorrido de 4 cuadras es una aventura sin límite para ella. Sale a la calle, con su moral a cuestas y los ojos le brillan, le brillan con la expectativa de quien comienza el mejor de los viajes. Y en ese recorrido, Sara camina sola, camina de mi mano, sonríe y se maravilla. Es como si viera algo que nadie más alcanza a percibir o a notar. Su rostro se ilumina, y yo me lleno de su luz, me alimento de su energía.

Camino al jardín nos encontramos en una dinámica de dar y recibir, de dejar ser, de disfrutar y de disfrutarnos. Y mientras, ella despliega su inmensa capacidad de asombro. Me encanta ver como para Sara todo es un nuevo descubrimiento: piedras, pasto, flores, gente, perros, cielo, luz, sombras, lluvia...todo sin excepción la atrae como un imán, no importa si es la 1er vez que lo ve, o si es algo que conoce desde hace muchísimo tiempo. Disfruta cada paso, brinca, corre y grita a todo pulmón: "soy la más veloz". Se siente libre e independiente. Y me dice: "mamá, yo solita", y esa sencilla frase se convierte en la prueba palpable de lo crecida que está, de lo grande que hace cada segundo. Y de repente el momento se torna agridulce, y siento que nuestros días se nos escurren entre las manos. Y trato de desechar ese sentimiento y de vivir este presente, este momento.Y yo, la disfruto y sonrío, con una sonrisa que me recorre el cuerpo y se deposita en mi alma. Y la guío, la observo, la vivo lo más que puedo. Tratando de que la prisa no me distraiga, y que el día que me espera no empiece antes de tiempo. 






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20 febrero 2013

No puedo evitarlo


No puedo evitar sentirme triste por tantas lactancias fallidas a mi alrededor. Si trato de hacer un recuento, no logro encontrar a ninguna mamá reciente conocida, que haya podido amamantar a su bebé placenteramente, más allá de los 3 meses. La mayoría alcanzan a dar un mes o hasta los 3, y algo siempre pasa. Y me entristece escuchar sus historias. Ver la desilusión en las caras de algunas y el alivio en las caras de otras. Ver como al mundo entero le parece normal y mejor el tetero. Y como prácticamente no existe nadie cercano que entienda mi experiencia de casi tres años de teta. Mi hija y yo, en este aspecto, somos como "perros a cuadros". Un fenómeno exótico digno de documentar. De hecho, esto que vivimos es tan inusual y extraño, que estoy segura que la mitad de la gente que se entera cree que es mentira, que me lo invento, que no me sale leche, que estamos equivocadas, que estoy condenada - como si fuera una tortura- a tener a "esa niña" pegada a mi toda la vida. 

Lo cierto es que para mí la lactancia ha sido una tabla de salvación en muchos aspectos. Una experiencia, al mismo tiempo, maravillosa y terriblemente confrontadora. Me ha permitido conectarme conmigo, con mi poder femenino, con mis "súper poderes", llenándome de una seguridad y fuerza que desconocía. También se ha convertido en un vehículo para  identificar mis miedos y hacer frente a mis fantasmas. Me ha sacado de la rigidez y la obsesión por el control, y me ha enseñado a fluir con el momento, con mi estado y con mi hija. Me abrió de par en par una ruta de conocimiento hacia mi pequeña, un canal no verbal de comunicación que ha sido valioso y afortunado para ambas desde que era una diminuta bebé, y aún ahora, que es más grande y se comunica de muchas otras formas.

Para Sara, sé también que es una fortuna. Lo veo es su ojos cuando mama. Y lo escucho es voz cuando la pide con desespero, o cuando llora y la busca como consuelo. Y, aunque ya entiende que "la tetica" no es de su propiedad, la reclama, la pide, se despide de ella, y cuando la lástima sin querer, se disculpa conmigo. Claramente nuestra lactancia no es la misma de cuando estaba recién nacida. De hecho, durante este tiempo nunca ha sido la misma, nunca. Día a día ha ido mutando, con etapas difíciles y otras tremendamente placenteras, pero con un balance inmejorable, inolvidable. 

Tal vez por que mi experiencia con la lactancia ha sido un camino inmensamente disfrutado, me da una pena profunda ver que tantas mamás y bebés se la pierdan. Me gustaría que más mujeres pudieran recorre este camino como yo y sentir el poder que les da ser mamíferas y salvajes. Abandonarse a su instinto y sentirse así, a través de su capacidad de alimentar a otro física y emocionalmente. Es como cuando uno descubre un secreto maravilloso que lo hace inmensamente dichoso y le parece increíble que los demás no lo disfruten y se lo pierdan sin razón.

Y si, lo sé. Sé que es un tema inmensamente personal y que puede ser una decisión clara o simple azar, en el que influyen miles de cosas. Y no critico a nadie, ni pienso que se es mejor o peor madre por tomar una u otra elección. Simplemente es que quisiera que todas las mamás del mundo pudieran vivir una experiencia como la mía. Y cuando veo que muy pocas lo logran no puedo más que sentir tristeza. Simplemente no puedo evitarlo.


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15 febrero 2013

El fin


Creo que estoy llegando al fin de una etapa. De repente he comenzado a sentir ganas de hacer cosas que me gustaban hacer antes de quedar embarazada. No es nada del otro mundo, ni extraño, ni descabellado. Me refiero a cosas sencillas, típicas de una mujer cualquiera. Es como si de la nada algo hubiera cambiado y, sin dejar de ser quien soy ahora, vuelvo a ser un poco la de antes. 

Me miro al espejo y me siento física y emocionalmente diferente a como me sentía hace unos días. Si, ha sido cuestión de días. Sé que el tiempo ha pasado: ya cumplimos 3 años y 3 meses desde que ví las dos rayitas rojas en la prueba de embarazo. Y ahora es evidente que ya no nos necesitamos tanto. O mejor, nos necesitamos mucho pero con un sentimiento de urgencia distinto. O tal vez, sin ese sentimiento de urgencia. 

Es evidente que hemos comenzado a desprendernos un poquito. La fusión emocional que hemos vivido desde hace tanto se está diluyendo de manera natural. Y veo como ella comienza a sentirse como una personita a parte de mi, distinta de mamá, con deseos y pensamientos propios. Y eso ha hecho que tome un poco de distancia, que deje un poco la teta, que comience a dormir algunas noches en su cuarto, que escuche atentamente mis explicaciones y algunas veces asienta y la mayoría no. Que quiera hacerlo todo "ella solita".

Y todo esto se traduce en mí como un acto reflejo. De un momento a otro perdí esas ganas inmensas de estar sumergida en nuestro mundo materno, de vivir enroscada en mí misma, concentrada en mis propios pensamientos y sentimientos. Ahora se me antoja estar más hacia afuera, pasar un rato con las amigas, salir de compras, hablar de otras cosas, tomarme una copa de vino y disfrutar un rato a un restaurante. Muero por ir a cine una y otra vez, y también por salir una noche a bailar hasta que me canse. 

Reconozco que me tomó por sorpresa. Sabía, racionalmente, que en algún momento esta etapa tendría que acabar, el puerperio llegaría algún día a su fin. Sin embargo, hasta hace poco pensaba que aún estaba lejano, convencida de que nos faltaba mucho más. Y resulta que no y está bien. Estamos bien. Tal vez por que, sencillamente ya era el momento y también por que disfrutamos segundo a segundo, de todo este tiempo inmersas la una en la otra. 

Así que ahora estamos aquí, al final de una etapa y ad portas de la siguiente. Felices por lo vivido y emocionadas por lo que estamos por vivir. Esta maravillosa aventura continua. 

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10 febrero 2013

Aprender a confiar

Nos cuesta confiar. Confiar en nosotros mucho, pero más, confiar en nuestros pequeños. No se nos cruza pensar que ellos llegan a este mundo sabios, si sabios y claros, mucho más que nosotros. Y que solos, con mucho amor y poca intervención de nuestra parte, pueden crecer de manera adecuada y saludable. Tenemos tan grabado en la cabeza que no pueden, que no saben cómo y que nos corresponde "educar", que se nos olvida que educar no es llenarlos de nuestras reglas y deseos, sino darles amor sin medida, contención y libertad. Por que educar es también confiar, confiar sinceramente en su conexión y sapiencia natural. 

Pero es difícil...casi imposible porque no nos parece razonable que estos seres tan pequeños tenga la capacidad de avanzar sin que nosotros les digamos cual debe ser el siguiente paso. Somos tan arrogantes y no nos damos cuenta. Nuestro ego nos domina y de paso los aplasta ellos. No confiamos y no los dejamos ser. 

Y lo cierto es que nos cuesta creer que no necesitan que les enseñemos casi nada, mucho menos a dormir, a dejar los pañales o a comer. No entendemos que sea posible que después de dormir tres años en la cama de papá y mamá un día se levanten pidiendo su propio espacio su propio cuarto. No consideramos que ellos puedan, simplemente, manifestar un día que no quieren usar nunca más un pañal, que ya estuvo bueno de la teta, por que para la mayoría de nosotros, ellos no tienen esa capacidad de autoregularse.

Entonces vamos por esta vida de padres en una lucha eterna contra ellos. Comparándolos con tablas que no nos dicen la verdad, llenas de estándares que no pueden a aplicarse a nuestro hijo, que es único e irrepetible. Siguiendo consejos que desconocen su naturaleza. Haciéndonos los sordos y los ciegos a sus señales, a lo que nos dicen con su comportamiento, con sus llantos y sus enfermedades. Mirando para otro lado, aplicando el "deber ser" por que sí, sin la capacidad de dejarlos fluir, y al mismo tiempo, fluir con ellos, aprendiendo con humildad lo que nos vienen a enseñar. Confiando y reconociendo, con el corazón abierto, que ellos son los verdaderos maestros. Entendiendo que necesitamos urgentemente aprender a confiar.

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07 febrero 2013

Mami



Para ti, desde hace unos días, ya no soy "mamá". Ahora soy "mami". Y, de repente, un cambio tan sutil, diminuto, de una sola letra, se ha convertido en todo un acontecimiento para nosotras. Jamás pensé que algo así llegaría a representara tanto para mi, para las dos. Tampoco imaginé que algún día cambiaras porque sí la manera de nombrarme. No hubo señales ni aviso. Simplemente llegó de repente, de sopetón, con una sonrisa inmensa, con un emoción profunda, y fue, para mi, un flechazo directo al corazón.

Y yo morí al instante. Caí rendida ante esta nueva muestra de amor. Y, ahora, me derrito a diario una y mil veces cada vez que repites "mami, mami" para que te ayude, o para contarme de tu día, o para decirme que me amas, no solo con tu voz sino también con la expresión de tu rostro y de tus inmensos ojos cafés.  

Y desde ese día sonrío, sonrío mucho más que antes. Por que esta palabra, aparentemente corriente y simple, me dice tanto de ti, me habla de la niña que eres, de la madre que soy, de la relación que hemos construido juntas. Mi niña bella, me haces feliz, inmensamente feliz, y no puedo estar más que inmensamente agradecida por eso.

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04 febrero 2013

La huella del abandono


Recuerdo que desde pequeña me cuesta mucho, muchísimo, las despedidas. Recuerdo, como si fuera hoy, la angustia que me daba despedirme de mi abuela a los 6 años después de unas largas vacaciones. O el vacío inmenso que sentí cuando mi mamá estuvo trabajando en otra ciudad por casi un mes, a los 10. Y la soledad que viví a los 16 cuando dejé mi casa y me mude a la "gran ciudad". Decir adiós, desde siempre, me ha enfrentado a unos sentimientos que me cuesta digerir y procesar, y de los que, tengo que reconocer, he huido durante casi toda la vida. 

Desde que soy mamá, la cosa no ha cambiado. Más bien diría que va en franco incremento con visos de no encontrar un "pare" en el camino. Al principio, mi niña era una bebé, yo estaba siempre con ella y ella estaba siempre conmigo, así que los sentimiento no tenían fisura alguna por donde aflorar. Luego, con la entrada al trabajo y la llegada del jardín, regresó la inevitable despedida y reviví de sopetón esa angustia que había olvidado. Con los días se fue disipando, diluyendo, dando paso a cierta calma o, quizás mejor, a la costumbre. Pero, la angustia sigue presente, no desaparece del todo realmente. Más bien a comenzado a ser un sentimiento permanente con el que (odio decirlo), me estoy acostumbrando a con-vivir. 

Tal vez por eso, decidí no huirle más y gracias a esa decisión, poco a poco, el panorama parece aclararse. Así que me propuse enfrentar para entender. Quiero entender. Entender qué pasa y por qué me pasa. Entender qué es ese "no se que" que no se va aún, pero que espero me abandone algún día (o más bien, espero permitirme dejarlo ir muy pronto). Quiero entender para tratar de superar.

Y en ese laberinto de preguntas sin lógica ni orden aparente, logre un avance. No se por que no lo había notado antes. O más bien, si lo había hecho, pero lo había "ignorado" deliberadamente, restándole importancia. Y hace unas semanas, cuando Sara volvió al colegio lo entendí. Lo sentí, como lo siento desde que la dejo todas las mañanas en su jardín, pero esta vez no lo deseche, le dedique un rato y lo vi. Pude identificar con claridad que el momento exacto en que la dejo allá, dispara "ese no se que" dentro de mi. Y no se trata de ella, es decir, no es por que ella este mal, por que se quede llorando o algo por el estilo. No, ella se queda feliz siempre, y yo me voy con ese "no se qué" alborotado, siempre. Y me puse a pensar y, de repente, recordé que me pasa lo mismo con ciertas canciones infantiles. Solo escucharlas me genera de inmediato ganas de llorar, de llorar de verdad a moco tendido. Me alborotan también ese "no se que" sin explicación.

Y así comencé a identificar más cosas, situaciones, momentos, disparadores de la angustia, de mi "no se qué". Cosas que remueven algo en mi inconsciente despertando esa sentimiento que no entiendo. Entonces lo que parece obvio es que no se trata de ahora, se trata de mi pasado, de mis recuerdos que no recuerdo porque la memoria no me da. Es un recuerdo de abandono. De abandono puro y simple. Es su huella que tengo muy grabada y marcada, y que aflora acercándome a mi propia niña sola y triste, a través de mi hija. Que debe ser de mi infancia temprana. De esa niña pequeña que lloraba mucho, que no estuvo con su mamá el 1er año, que recibió poca teta, que se vestía y bañaba sola, que extraño a su abuela casi toda su infancia, que conoció el jardín muy pero muy pequeña, y quizá no quería quedarse allí. Eso es lo que yo me imagino, o más bien lo que siento. Ahora falta mucho, mucho más que entender y enfrentar. Pero ya estoy en el camino.  

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