Ayer de repente me descubrí de pie, frente al espejo, observando
como en mis ojos comienza a notarse que ya no tengo 25. Si, se me nota. Yo lo
noto y, supongo, que los demás también. La verdad es que los años llegan y no
podemos hacer nada para detenerlos. Sin embargo, solo caemos en cuenta de esta
realidad cuando, de un día para otro, observamos con sorpresa que tenemos unas
cuantas líneas debajo del párpado o que cuando reímos, se nos marcan muchas más
cosas que nuestra sonrisa encantadora.
Recuerdo la 1era vez que le vi una arruga a mi mamá. Yo debería
tener unos 11 o 12 años, y un día observando su rostro caí en cuenta que ya no
se veía tan fresco y lozano como siempre, que no se veía como el que conocía de
toda la vida, que no se veía como el mío. Simplemente ahora era diferente.
Tenía unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos que la hacían ver mayor,
igual de hermosa, pero mayor. Creo que mi mamá tenía, más o menos 32 años. La
misma edad que tengo yo ahora. Ese día con 12 años entendí que mi mamá no era una
niña, que estaba envejeciendo, que se estaba pareciendo mucho más a las
mamás de mis amigas, que físicamente no sería la misma siempre, que
llegaría el día que envejecería.
Hoy, racionalmente, he caído en cuenta que yo estoy recorriendo el
mismo camino. Que todos lo estamos haciendo. Puede parecer obvio, pero hasta
ahora lo siento así. Y aunque envejecer nunca me ha preocupado demasiado, ya
que estoy segura que las mujeres (y los hombres también) podemos ser hermosos y
encantadores sin importar la edad, ayer sentí por primera vez, que el tema era
conmigo.
Antes hablaba de este asunto desde la seguridad y la distancia de
la juventud. Ahora, cuando transcurro por mis 30s, creo que me llego la hora de
saber que se siente ver realmente los años reflejados en tu rostro y en tu
figura. No es que me sienta vieja, ni mucho menos anciana. De hecho me
sorprende la capacidad que tengo de hacer mil cosas, de aprender, de
reinventarme. Pero el hecho es que ya deje de ser una mujer joven y estoy en el
tránsito de ser una mujer madura. Me leyeron: Una mujer madura. ¡Eso son
palabras mayores!
Y si, estoy sorprendida, sin miedo ni preocupación pero
sorprendida y con la pensadera alborotada. Por eso, esta mañana, mientras
detallaba otra vez mis incipientes líneas de expresión, comencé a pensar en
mi, en mi vida, en mi sueños cumplidos y por cumplir, en mi hija, en los demás
hijos que quisiera tener, en el e-book que tengo a medias y no he terminado de
escribir, en mis proyectos, en la ciudades del mundo que me falta conocer, en
mis padres, en mi abuela que ya no está, en mi relación de pareja, en mi
futuro... ¡ahh! claro, y también en donde conseguiré una crema antiarrugas
mucho más efectiva que me ayude a dilatar un poco lo inevitable. Por fortuna, este
camino hacia la madurez toma su tiempo y aún me quedan unos añitos más para
digerirlo y acostumbrarme a ello.
Este post fue publicado en "De mujer a mujer" en abril de 2012. Aplicaba hace 3 años, y también aplica hoy perfectamente.