Cuando te conviertes en mamá, casi de inmediato, te das cuenta de lo mal visto que esta seguir tus sentimientos, hacerle caso a tu instinto. A las madres recientes, el resto del mundo nos ve como mujeres débiles, indefensas y torpes, que deben ser alumnas obedientes de los designios de los demás, de lo que dicen las suegras y abuelas, y hasta de lo que dice cualquier desconocido en la calle, que ni siquiera ha sido papá. Dejarte llevar por lo que te place y nace del corazón, parece ser un error. De repente, todos saben más que tú sobre criar (o más bien eso te quieren hacer creer). Y tus ganas de maternar, de abrazar, de cargar y de estar pegadita, día y noche, a ese pequeño bebé parecen diluirse en un mar de instrucciones y recomendaciones erróneas, que van en contra de las necesidades de madres y, lo que es más importante, de las necesidades de los indefensos bebés.
Para la sabiduría popular (que la mayoría de las veces es de todo, menos sabia), amar de manera incondicional, con apego y respecto, es sinónimo de malcriar. Aspectos tan naturales de la maternidad como los brazos, el colecho (dormir con los bebés), la lactancia a demanda y el respeto por los bebés como seres conscientes y de la misma categoría que los adultos, son dibujados por nuestro entorno como los demonios que nos convierten en malas mamás. Al parecer, la ecuación es sencilla: si amas mucho, eres mala mamá; si no muestras autoridad, eres mala mamá; si duermes con tu bebé, eres mala mamá; si lo cargas mucho, eres mala mamá; si lo dejas explorar "sin control", eres mala mamá. De repente la crianza se convierte en un eterno tormento, una lucha permanente entre lo que el corazón nos indica y el resto del mundo nos dice. Momentos que tendrían que ser de apoyo incondicional y soporte permanente a la madre y al bebé, se transforman en espacios para señalar y juzgar una conducta saludable y natural.
Por fortuna cada vez más voces, científicas y de la sociedad en general, se unen para reivindicar la crianza en brazos, la lactancia materna, el respeto y el apego, como las conductas naturalmente adecuadas para tener niños felices y saludables, tanto física como emocionalmente. Esos supuestos demonios que todo el mundo trata de erradicar son realmente la clave para que nuestra sociedad comiencen a ser menos violenta y más pacifica. Dejar que las madres sean madres, en todo el sentido de la palabra, disfrutando y dando rienda suelta a su instinto maternal, debería ser casi que una política de estado. Las madres no necesitamos consejos de nadie para criar. No requerimos de la opinión, ni de la sabiduría de nadie, ni de las ideas de ningún experto que ha escrito montones de libros, para saber como amar y criar adecuadamente a nuestros bebés. Solo necesitamos apoyo y auto confianza, porque el conocimiento está, naturalmente, en cada pedazo de nuestro ser, en cada una de nuestras células. Nosotras somos las expertas en todo lo que tiene que ver con este nuevo bebé. Nadie mejor que nosotras sabe que necesita y que quiere. Nadie mejor que cada madre sabe porque llora su hijo, porque necesita un beso, porque quiere teta, porque pide brazos. La madre que todas tenemos dormida, de pronto, se despierta con ímpetu, con verdadera y saludable sabiduría. Esa madre poderosa, amorosa, decidida y sabia, vive dentro de todas nosotras. Solo necesitamos que nos dejen lactar, colechar, portear, cargar y amar como nuestro corazón nos dicta a nuestros bebés. Solo necesitamos que nos dejen convivir y disfrutar con nuestros hijos, de estos supuestos demonios.
Escrito para Cerquita Mío. Publicado el 8 de diciembre de 2011.