Me detengo de inmediato tratando de recomponer la cosa, pensando que está mal y que no quiero educar a mi niña a punta de condiciones. Trato de cambiar el discurso, pero ya está hecho. Ella accede a mi deseo y, no tengo más remedio, que darle su recompensa. La palabra "incoherencia" comienza a rondarme y a molestarme insistentemente. Me culpo primero y luego, me hago promesas. Reflexiono y concluyo lo que ya sé de antemano, que no es la manera y que no puede volver a suceder.
Sin embargo, al día siguiente me encuentro en medio de una situación parecida y solo me doy cuenta de que nuevamente "está hecho", cuando las palabras ya han salido de mi boca como si tuvieran vida propia y mi mente no tuviera poder sobre ellas. ¿Qué pasa?, ¿qué me pasa? es como si estuviera en piloto automático haciendo cosas sin pensar, cosas con las que conscientemente no estoy de acuerdo.
Y ahí es que la consciencia comienza a molestar más que la "incoherencia". ¿Qué hago? Mi único consuelo es pensar que por lo menos mis chantajes no están pasando desapercibidos. Ya los identifico. ¡Quizás hace cuanto vienen sucediendo! Respiro... respiro y decido no torturarme con ello. Me centro... intento centrarme en que ahora los reconozco, así sea un poco tarde y no alcance a detenerlos. Los reconozco y estoy en camino de hacer algo distinto con ellos, de detenerlos a tiempo, de cambiarlos, de cambiarme. Los caminos de la crianza son un espejo inmenso y claro, en el que cuesta y duele verse reflejado.