Lo duro, para mi, es entender que aceptar no quiere decir darse por vencida, resignarse o perder. Aceptar significa amar sin condiciones, recibir agradecida, estar sin esperar. Aceptar es relajarse; ser, sin falsas expectativas; dejar ser a los demás, sin esperanzas equivocadas. Aceptar es tolerar con una sonrisa, complacida por lo que la vida y lo que los demás tienen para nosotros, sin tristezas, sin frustración. Es saber que por fortuna, no todo es mi culpa, ni todo depende de mi. Es tirar esa carga pesada de responsabilidad auto-impuesta, renunciar a la ilusión de perfección que he creado en mi cabeza, pensando que solo cuando las cosas sean como quiero, encontraré la felicidad.
Aceptar es la lección que tengo que aprender. Es una lección del tamaño del mundo, que me invita a vivir más, a disfrutar mejor, a no forzar. A entender que muchas cosas son como son, por una razón que me sobrepasa. Y que no gano nada tratando de cambiar al que duerme conmigo en mi cama, o luchando contra la pequeña de 3 años que le encanta gritar y patalear cuando le cepillan los dientes, o negando las decisiones que tome y la vida que elegí, los pasos que me trajeron aquí.
Aprender a aceptar es un camino que estoy llamada a recorrer, por mi, por los que quiero, por mi hija. Es el camino que toca. Es la mejor manera de escubrir, que cuando aprendes a recibir sin esperar nada, sin miedo, no puedes encontrar nada más que felicidad.
Aprender a aceptar es un camino que estoy llamada a recorrer, por mi, por los que quiero, por mi hija. Es el camino que toca. Es la mejor manera de escubrir, que cuando aprendes a recibir sin esperar nada, sin miedo, no puedes encontrar nada más que felicidad.