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31 enero 2014

La lección


Me cuesta aceptar. Esa es una verdad muy mía, imposible de negar. No se porque pero siempre quiero hacer, cambiar, intervenir todo para que sea como yo quiero, para que esté a mi acomodo. Y resulta que mi empeño por moldear el mundo a mi manera, parece un disco rayado que me dice : "aprende a aceptar"

Lo duro, para mi, es entender que aceptar no quiere decir darse por vencida, resignarse o perder. Aceptar significa amar sin condiciones, recibir agradecida, estar sin esperar. Aceptar es relajarse; ser, sin falsas expectativas; dejar ser a los demás, sin esperanzas equivocadas. Aceptar es tolerar con una sonrisa, complacida por lo que la vida y lo que los demás tienen para nosotros, sin tristezas, sin frustración. Es saber que por fortuna, no todo es mi culpa, ni todo depende de mi. Es tirar esa carga pesada de responsabilidad  auto-impuesta, renunciar a la ilusión de perfección que he creado en mi cabeza, pensando que solo cuando las cosas sean como quiero, encontraré la felicidad. 

Aceptar es la lección que tengo que aprender. Es una lección del tamaño del mundo, que me invita a vivir más, a disfrutar mejor, a no forzar. A entender que muchas cosas son como son, por una razón que me sobrepasa. Y que no gano nada tratando de cambiar al que duerme conmigo en mi cama, o luchando contra la pequeña de 3 años que le encanta gritar y patalear cuando le cepillan los dientes, o negando las decisiones que tome y la vida que elegí, los pasos que me trajeron aquí.

Aprender a aceptar es un camino que estoy llamada a recorrer, por mi, por los que quiero, por mi hija. Es el camino que toca. Es la mejor manera de escubrir, que cuando aprendes a recibir sin esperar nada, sin miedo, no puedes encontrar nada más que felicidad.

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12 junio 2013

Para bien y para mal


He estado alejada, y la gripa es la culpable.

Llevo dos semanas con ella acuesta, y ha sido pesada, muy pesada, pero también, en algunos casos, me ha hecho la vida más ligera.

La gripa es la culpable de mi creciente impaciencia pero también de mi atención extrema. 

Y de que el mal genio se haya instalado y se me note a leguas. 

De mis ganas de llorar y de sentir a millón, como si el mundo se fuera a acabar. Y de reconocer que a veces no puedo con todo... si, yo no puedo con todo.

De forzarme a bajar el ritmo y calmarme, por qué se me estalla la cabeza. De aprender a pedir ayuda y a delegar y a confiar.

De sacar tiempo para estar y para pensar, y también de mandar todo al cuerno por qué estoy harta y no aguanto más. 

De volver a conversar, en la cama, con la cabeza en la almohada como hace tanto, como siempre.

De dedicarme a mi casa y a esos detalles que el día a día agitado no me deja ver. 

Y de pasar noches enteras en vela por que respirar es casi imposible de hacer.

La gripa me regalo un fin de semana junto a mi hija, con mi esposo, en familia. Sin compromisos sociales ni obligaciones que distraen, permitiéndonos almorzar juntos,  dormir temprano y levantarnos un poco más tarde. 

Pero también ha sido una compañera insufrible que a traído de nuevo al monstruo, que me hace gritar y ser esa mamá que odio ser... ese ser lleno de mala energía que lo repele todo, absolutamente todo.

Y acá estoy, tratando de sobrevivir a ella, con afán de sacármela de encima pero no se logra. Y ella está feliz, a sus anchas, acomodada y nada que se va. Sigue aquí, viviendo entre nuestra cobijas, colándose en el desayuno y en la comida, para bien y para mal. 


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15 abril 2013

Lamento

Lo siento hija mía, lo siento.
Siento no ser lo que necesitas, siento no llenar tus expectativas.
Lamento no estar para ti todo el tiempo. Lamento estar aquí pero no realmente presente. Lamento olvidar como simplemente "estar".
Lamento no coincidir con tu padre.
Lamento ser un bando.
Lamento querer tanta o más atención que la que tu esperas.
Lamento competir contigo, con tu padre y con el mundo entero.
Lamento no estar a veces feliz y no ser siempre positiva.
Lamento estar llena de rabia y haberte regañado como en automático, diciendo y haciendo cosas que no me gusta, que detesto de mi misma.
Lamento no tener fuerzas para luchar, y querer que seas una que no eres, ser quien no soy.
Lamento haber deseado que el tiempo se detuviera, o que se devolviera, para saltarme este pedacito de vida que a veces no me cuadra y que me sabe amargo. Lamento no poder tragarme el mal sabor para no transmitirte mi desencanto.
Lamento mi falta de decisión y de claridad, que te afectan y te generan incertidumbre.
Lamento no ser honesta y firme, y saberme defender y explicar, como la adulta que soy.
Lamento ser un fiasco más veces de lo necesario y sentirme aplastada por mis propias palabras, por mis altas expectativas, por las expectativas gigantes de los otros, por un mundo que espera no sé que tantas cosas de mí.
Lamento ser de nuevo una niña asustada, invadida de soledad.

Quisiera que todo fuera más sencillo. 
Quisera haber tomado mejores decisiones.
Quisiera que ser tu mamá, que ser la madre que quiero, la mujer que espero, fuera lo mismo que ser la madre que necesitas. 
Pero no es lo mismo y no es sencillo. 
Y en el intento de que coincidan, me caigo en un profundo y oscuro hoyo que parece no tener salida. 
Y dejo de ser. 
Y soy otra, gris, tenue, débil, vengativa, herida, fracasada, vencida. 
Y el sentido de todo cambia a uno egoísta, uno solo mío, profundamente egoísta.
Y me pregunto si vale la pena tanta lucha. Si hacer de mi vida, de nuestra vida una batalla campal es la manera. Si mi sueño es una utopía. Si mi esfuerzo me mina. Si estoy en guerra y tu eres el botín de la misma. 
¿En qué momento comenzó esta guerra?

Lo lamento Sara, lo lamento mucho. Y espero que algún día leas este blog, repases estas líneas y me entiendas un poco y, quizá comprendas que mi deseo es hacer las cosas lo mejor que puedo, confiando en lo que creo pero que a veces, o más bien muchas veces, no lo logro, no es fácil, no me sale. Y no se que hacer con esto, no se que hacer contigo, no se que hacer conmigo misma.


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