Es increíble como la rutina nos endulza el oído y nos seduce. Como la costumbre reina en nuestras vidas, haciendo todo aparentemente predecible y seguro. Es sorprendente como amamos ese tipo de seguridad y nos aferramos a ella, luchando con todas nuestras fuerzas para mantener las cosas en "orden", cuando en realidad la vida a cada rato nos dice: "suelta, suelta, suelta".
Hace tres días, en medio de la hora del llanto, de repente lo entendí: Sara me quiere decir algo y ésta es su manera de hacerlo; y yo he estado tan preocupada por mantener el orden, velando por que la rutina no cambie, rehusándome a adaptarme por que me cuesta, por que "que jartera cambiar", que no me he detenido realmente a escucharla.
Y todo comenzó a tener sentido. Las piezas comenzaron a encajar. Era tan simple y no lo había visto. Que duro es darse cuenta que cuesta soltar el control y dejarse llevar. Entonces comencé a notar que su hambre desaforada es un mensaje. Que su "no" para todo es un mensaje. Que su negarse a dormir es un mensaje. Que me esta diciendo que le hago falta, que necesita más presencia y consciencia. Que últimamente la regaño mucho y que no le gusta, que le duele. Que los cambios también le cuestan. Que siente cosas, que quiere decirme y que no sabe cómo. Que quiere llorar cuando me ve, de emoción pero también por que si. Que se siente triste por que el amigo del colegio la arruñó. Que no le pongo la atención que necesita. Que quiere jugar más conmigo y, muchas veces, no quiero. Que me ama mucho pero que, a veces, también me "ama poquito"....No se. Puede ser algunas de esas cosas, y todas juntas, al mismo tiempo.
Entonces, solté. Y me detuve. Y me olvide de lo cansada que estaba y le puse toda mi atención. Y le hice cariños en el pelo y la peiné. Y la dejé llorar, arrunchándola, hablándole al oído, sin sentir desesperación y sin juzgar. Diciéndole que me perdonara, que la entendía, que podía llorar, que estaba permitido sentir, expresar. Solté y me olvide del reloj, de la hora a la que se supone tiene que ir a la cama, de lo que "tengo" que hacer y no puedo, tratando de ayudarle a nombrar sus sentimientos de la misma manera como está aprendiendo a nombrar el mundo. Solté y disfrute el momento, la disfrute a ella, como hacia tiempo no hacia.
Y ella lloró. Y me habló. Y me contó cosas. Y sonrió. Y algo cambió así no más, después del desahogo, mientras nos abrazabamos en la penumbra, mirándonos realmente, pegadas al cristal de la ventana. Pidió abrazos y nos dimos abrazos. Nos hicimos preguntas y nos contestamos. Y, después de no se cuanto tiempo de verdadera intimidad y cercanía, me pidió leche caliente, cobija y cama. Y se durmió. Simplemente llegó, acomodó su almohada, hizo nido entre las cobijas y cayó profunda, sin peleas, sin regaños, sin llanto.
Así han pasado las 3 últimas noches. Aprendiéndo a estar otra vez y a reconectarnos. Dando pasó a los cambios. Escuchando, pero sobretodo, soltando.
PD: gracias a todas por sus comentarios y consejos en mi anterior post. Todos y cada uno de ellos están llenos de amor, de sabiduría y buena energía. Son la prueba de que aquí estamos las unas a las otras, de que la tribu existe y somos parte de ellas. Un abrazo a todas.