22 mayo 2013

Suelta, suelta, suelta

Es increíble como la rutina nos endulza el oído y nos seduce. Como la costumbre reina en nuestras vidas, haciendo todo aparentemente predecible y seguro. Es sorprendente como amamos ese tipo de seguridad y nos aferramos a ella, luchando con todas nuestras fuerzas para mantener las cosas en "orden", cuando en realidad la vida a cada rato nos dice: "suelta, suelta, suelta"

Hace tres días, en medio de la hora del llanto, de repente lo entendí: Sara me quiere decir algo y ésta es su manera de hacerlo; y yo he estado tan preocupada por mantener el orden, velando por que la rutina no cambie, rehusándome a adaptarme por que me cuesta, por que "que jartera cambiar", que no me he detenido realmente a escucharla.  

Y todo comenzó a tener sentido. Las piezas comenzaron a encajar. Era tan simple y no lo había visto. Que duro es darse cuenta que cuesta soltar el control y dejarse llevar. Entonces comencé a notar que su hambre desaforada es un mensaje. Que su "no" para todo es un mensaje. Que su negarse a dormir es un mensaje. Que me esta diciendo que le hago falta, que necesita más presencia y consciencia. Que últimamente la regaño mucho y que no le gusta, que le duele. Que los cambios también le cuestan. Que siente cosas, que quiere decirme y que no sabe cómo. Que quiere llorar cuando me ve, de emoción pero también por que si. Que se siente triste por que el amigo del colegio la arruñó. Que no le pongo la atención que necesita. Que quiere jugar más conmigo y, muchas veces, no quiero. Que me ama mucho pero que, a veces, también me "ama poquito"....No se. Puede ser algunas de esas cosas, y todas juntas, al mismo tiempo. 

Entonces, solté. Y me detuve. Y me olvide de lo cansada que estaba y le puse toda mi atención. Y le hice cariños en el pelo y la peiné. Y la dejé llorar, arrunchándola, hablándole al oído, sin sentir desesperación y sin juzgar. Diciéndole que me perdonara, que la entendía, que podía llorar, que estaba permitido sentir, expresar. Solté y me olvide del reloj, de la hora a la que se supone tiene que ir a la cama, de lo que "tengo" que hacer y no puedo, tratando de ayudarle a nombrar sus sentimientos de la misma manera como está aprendiendo a nombrar el mundo. Solté y disfrute el momento, la disfrute a ella, como hacia tiempo no hacia. 

Y ella lloró. Y me habló. Y me contó cosas. Y sonrió. Y algo cambió así no más, después del desahogo, mientras nos abrazabamos en la penumbra, mirándonos realmente, pegadas al cristal de la ventana. Pidió abrazos y nos dimos abrazos. Nos hicimos preguntas y nos contestamos. Y, después de no se cuanto tiempo de verdadera intimidad y cercanía, me pidió leche caliente, cobija y cama. Y se durmió. Simplemente llegó, acomodó su almohada, hizo nido entre las cobijas y cayó profunda, sin peleas, sin regaños, sin llanto. 

Así han pasado las 3 últimas noches. Aprendiéndo a estar otra vez y a reconectarnos. Dando pasó a los cambios. Escuchando, pero sobretodo, soltando.

PD: gracias a todas por sus comentarios y consejos en mi anterior post. Todos y cada uno de ellos están llenos de amor, de sabiduría y buena energía. Son la prueba de que aquí estamos las unas a las otras, de que la tribu existe y somos parte de ellas. Un abrazo a todas. 


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15 mayo 2013

La hora del llanto

En eso se ha convertido la hora de ir a la cama, en la hora del llanto. Y no saben como lo detesto y como me entristece. Lo cierto es que la hora de dormir nunca había sido un problema. Generalmente ella estaba tan cansada que bastaba con un poco de teta y arrunche para que cayera profunda, a una hora bastante razonable. 

Ahora las cosas son a otro precio. El reloj marca las 8:00 p.m. y parece que le inyectaran una cárpula completa de adrenalina. De repente quiere brincar, cantar, jugar, conversar, saltar, correr, hacer esto y aquello, menos dormir. Yo trato de entenderla, de ser comprensiva y entonces, jugamos un rato, negociamos, leemos un cuento, hablamos. Trato de que pasemos un rato juntas, mientras intento bajarle las revoluciones y relajarla. Pero no. Aún después de todo mi esfuerzo, Sara no quiere acostarse a dormir. Para este momento, yo ya no doy más. Después de 14 horas de vigilia y de jornadas maratónicas, mi paciencia es prácticamente inexistente. 

Entonces, una vez más, intento entrar en un estado "zen": busco los resquicios de empatía que me quedan, hablo con cariño, explico que ya jugamos, que ahora es momento de ir a dormir. Y, la verdad nada funciona. Yo repito como lora, y ella no entiende y llora. Llora como si no hubiera fin. Llora con todas las fuerzas que tiene. Llora por que si, por que no y por que también. Llora y yo, en medio del cansancio, la frustración y la culpa, quisiera hacer coro y sentarme a llorar también. 

Sé que he sido afortunada por que sólo hasta ahora tenemos este tipo de "problemas". De hecho, conozco familias cuyos hijos han "peleado" con el sueño desde el día cero, y aún, 2 años después, siguen haciéndolo - mis respetos y honores para ellas -. Sin embargo y aunque me imagino que es un tema temporal (por que está creciendo, por algunos cambios de rutina o por que me extraña), estoy que tiro la toalla. 

La verdad es que lo último que deseo es que éste sea un momento desagradable, lleno de enojo y tensión. Me entristece que gran parte del tiempo que pasamos juntas al día se desperdicie y se convierta en una tortura para todos. Pero confieso que no sé que más hacer. Así que se me ocurrió contarles mi cuita y solicitar consejo. Si!!!! Necesito urgente de sus historias y sus consejos. Tengo toda mi esperanza puesta en ellos. Así que adelante, no se detengan. Estoy segura de que gracuas a ellos podré hacer algo muy pronto para que la hora de ir a dormir deje de ser mi momento más temido de todos los días.

Gracias de antemano!! Y acá estoy esperando.


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07 mayo 2013

Nombrando el mundo


Sara esta en expansión, al igual que su vocabulario y su curiosidad. Desde hace unos días su 2da frase favorita - ya sabemos cual es la 1era - es una pregunta: ¿y qué es eso, mamá? Puede decirla 1.000 veces al día, todas ellas con un tono diferente pero con una intención parecida: saber qué es "todo" o mejor, cuál es el nombre de todo aquello que se le cruza por el frente y no sabe como nombrar. 

Es oficial, estamos en la etapa de ponerle nombre a las cosas. Entonces se la pasa detrás de mi o de su papá o de Nelsy, llamando la atención con esta pregunta y señalando con el dedo todo lo que existe en la casa, en el carro, en su cuarto, en la calle, en cualquier espacio en el que se encuentre. 

Es divertido escucharla preguntar sin freno, con cara de curiosidad y expectativa. Y es aún mejor oírla repetir nuestras respuestas, casi de inmediato, sin duda y de manera perfecta, con cara de alegría, en modo "esponja" que graba de inmediato para nunca jamás olvidar. Es como si se hubiera cansado de hablar con palabras indeterminadas como "eso" o "aquello" para relacionarse con su entorno. Ella quiere conocer los nombres propios y exactos de las cosas que componen su mundo. A veces pregunta por algo, y yo, en mi descuido, le digo un nombre alterno de esa "cosa", un nombre que no es el que ella conoce, ni el que usamos de manera habitual. Ella ríe y no duda en corregirme, segura de que su mamá, esa señora grande, este tremendamente equivocada. 

Entonces para Sara el mundo comienza a ser un montón de términos especiales, complejos y específicos que la maravillan. Tal esa sea la palabra perfecta para definirla en este estado: Sara esta maravillada. Tal vez por eso no se cansa de preguntar ¿y qué es eso?, ¿y eso?, ¿y eso de allá?, para luego comenzar hablar como una pequeña adulta, para decir que quiere "cafecito", o que se muere por hacer "pompas de jabón", o que esta "muy ocupadísima" con su juego para atendernos. 

Y así, mi hija abre su mente y extiende sus horizontes, mientras nuestra vida y su vida transcurre entre risas, llantos, "no quieros" y  muchos, pero muchos ¿qué es eso? 


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04 mayo 2013

Fluir


Intento fluir y parece que mientras más lo intento, más difícil resulta. La verdad es que no se como sincronizar mi ritmo con el ritmo de mi hija. Ella va a una velocidad distinta, con unas energías enormes. Yo ya no tengo 15 y la mayoría del tiempo libre quiero estar con ella pero en un plan más pausado que, por supuesto, no le llama para nada la atención. Resultado: no fluímos. Más bien vamos transitando el mismo camino pero a destiempo, tropezando, asincrónicas, con enfoques encontrados. 

No sé que pasó, o más bien si: Sara creció y ya no es la misma niña tranquila, fácil de complacer y entretener. Y es que hasta hace tan poco no era así. Hace nada estábamos sumergidas en una época de perfecta sintonía. De conexión completa. De oxitocina fluyendo libremente por nuestro sistema, de éxtasis pleno, de tiempo sin tiempo..... añoró esa época... creo que ambas la añoramos. 

Pero el tiempo ha pasado y ahora las cosas son radicalmente diferentes. Ella ha crecido y cambiado tanto, que creo que no lo he podido asimilar realmente. Adoro su personalidad, su carácter, su voz, sus discurso, su lenguaje, su energía. Pero tengo que decir que al mismo tiempo también lo detesto un poco, por que todo eso que me emboba, que la hace única y adorable, nos lleva también directo al conflicto. Y todo se junta: el cansancio, la frustración, el desespero, "su deseo" versus "mi deseo". Una bomba atómica. Y así, nuestro mundo no fluye para nada.

Y estamos agotadas. Realmente agotadas de tratar de convencernos mutuamente, necesitadas del equilibrio restaurado, muertas de ganas de volver a hablar el mismo idioma, de disfrutar juntas con el mismo nivel de energía, con las mismas fuerzas y ganas, de volver a fluir como antes, de reencontrarnos.  

Y me pregunto de donde puedo sacar energías y paciencia o sino es, simplemente, un tema de entrega, de recibir y de dejar de luchar. De entender que no todo va a ser como ha sido hasta ahora, de recibir el cambio, de aceptar y amar el presente, de vivir la incomodidad con comprensión infinita, de entregar la batuta y confiar. 

Me pregunto mucho y espero encontrar pronto una buena respuesta.



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